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Grigori Wassiljewitsch, Fischer, 1840

Sobre "El Cristo muerto" de Hans Holbein...


Representaba al Cristo en el momento del descendimiento de la cruz. Si no me equivoco, los pintores tienen la costumbre de representar a Cristo bien sobre la cruz, con un reflejo de sobrenatural belleza dibujada sobre su rostro. Se esmeran porque esta belleza permanece incólume incluso en medio de los momentos mas atroces. No había nada de esta belleza en el cuadro (…); era la reproducción acabada de un cadáver humano que llevaba la impronta de los sufrimientos indecibles soportados incluso antes de la crucifixión; se veía en él las heridas de los malos tratos y de los golpes que había soportado de sus guardianes y del populacho cuando llevaba la cruz a cuestas y caía bajo su peso; en fin, las muestras de la crucifixión  que había sufrido durante horas (al menos según mi calculo). Era en verdad, el rostro de un hombre al que se acababa de bajar de la cruz; mantenía todavía mucho de vida y de calor; la rigidez aún no había empezado a apoderarse de él, de modo que el rostro del muerto reflejaba el sufrimiento como si no hubiera dejado de sentirlo (esto ha sido muy bien captado por el artista). Por añadidura, este rostro transmitía una despiadada verdad: todo en él era natural; era el rostro que presenta cualquier hombre después de semejantes torturas.

Sé que la iglesia cristiana ha profesado desde los primeros siglos, que los sufrimientos de Cristo no fueron simbólicos, sino reales, y que, sobre la cruz, su cuerpo se vio sometido, sin restricción alguna, a las leyes  de la naturaleza. Por eso el cuadro representaba un rostro horriblemente desfigurado por los golpes, tumefacto, cubierto de atroces y sangrientos cardenales, unos ojos abiertos y llenos de resplandor vidrioso de la muerte y con las pupilas en blanco. Pero lo más extraño era la singular y apasionante pregunta que sugería la vista de este cadáver de ajusticiado: si todos sus discípulos, sus futuros apóstoles, las mujeres que le habían seguido y se mantuvieron al pie de la Cruz, quienes tenían fe en ÉL y le adoraban, si todos sus fieles tuvieron a la vista un cadáver como este (y este cadáver debía de ser efectivamente así), ¿cómo han podido creer, frente a una visión semejante, que el mártir resucitaría? A nuestro pesar no podemos dejar de preguntarnos: si la muerte es algo tan terrible, si las leyes de la naturaleza son tan poderosas, ¿cómo se puede triunfar sobre ellas? ¿Cómo superarlas cuando no se han doblegado siquiera delante de Aquel mismo que en vida había subyago a la naturaleza, se había hecho obedecer por ella y había dicho (…) “Lázaro levántate!” y el muerto se había levantado de sepulcro? Cuando se contempla este cuadro, uno se representa a la naturaleza bajo el aspecto de una enorme bestia implacable y muda. O más bien, por inesperada que parezca la comparación, sería más justo, mucho más justo, asimilarlo con una enorme máquina de construcción moderna que, sorda e insensible, estúpidamente, habría agarrado, triturado y engullido un gran Ser, un Ser sin precio que se coloca en situación de igualdad, apoderándose de toda la naturaleza, con todas las leyes que la rigen, con toda la tierra, la cual sólo ha podido ser creada para la aparición de este mismo Ser.
Ahora bien, lo que creo que este cuadro expresa con fuerza es esta misma noción de una fuerza oscura, insolente y entupidamente eterna, a la cual todo se somete y que nos domina a pesar nuestro. Los hombres que rodean al muerto, aunque este cuadro no representaba ninguno, debieron sentir una angustia y una consternación horrorosa en esta noche que quebraba de un golpe todas sus esperanzas y casi su fe.

Fiódor M. Dostoyevski 

El Idiota, Alianza Editorial, Madrid, 2012













Hans Holbein el Joven (1497-1522) pinta en 1522 un cuadro inquietante, El cristo muerto, que puede verse en el Museo de Basilea y que parece haber causado una honda impresión en Dostoievski. Desde las primeras paginas del Idiota, el príncipe Myshkin trata en vano de hablar de él, será solamente gracias a un rebote polifónico de la intriga como logrará ver una copia en casa de Rogozhin y gritará “golpeado por una súbita inspiración”: “¡Este cuadro!...¡Este cuadro! ¿Pero no sabes que al mirarlo unb creyente puede perder la fe?! (…)

El cuadro de Holbein representa a un hombre solo que esta tumbado sobre una losa y apenas cubierto por un paño blanco. Este cadáver pintado, de tamaño natural, se presenta de perfil con la cabeza ligeramente inclinada  hacia el espectador y con los cabellos extendidos sobre la sábana. El brazo derecho, visible, se extiende en paralelo al cuerpo descarnado y torturado y la mano sobrepasa ligeramente la losa. El pecho realzado esboza un triángulo en el interior del rectángulo muy bajo y alargado del nicho que constituye el marco del cuadro. Este pecho lleva la huella sangrienta de una lanza, y puede verse sobre la mano los estigmas de la crucifixión que ponen rígido el dedo corazón tendido.  Las huellas de los clavos marcan los pies de Cristo. El rostro del mártir lleva la expresión de un dolor sin esperanza, la mirada vacía, el perfil acerado, la tez glauca son los de un hombre realmente muerto, del Cristo abandonado por el padre (…) y sin promesa de resurrección. La iconografía italiana embellece, o al menos ennoblece, el rostro de Cristo en la Pasión, pero sobre todo lo rodea de personajes sumidos en el dolor tanto como en la certidumbre de la Resurrección (…). Holbein, por el contrario, deja el cadáver extrañamente solo. Es quizá este aislamiento –un hecho de composición-, mucho más que el dibujo y el colorido, lo que confiere al cuadro su carga melancólicamente dominante. (…) Podrá compararse también la visión de Holbein con la del Cristo muerto de Grünewald del retablo de Issenheim (1512-1515) llevado a Colmar en 1794. La parte central, que representa la Crucifixión, muestra a un Cristo que lleva las marcas paroxísticas del martirio (la corona de espinas, la cruz, las innumerables heridas) hasta la putrefacción de la carne. El expresionismo gótico alcanza aquí su clímax en la manifestación del dolor (…) Finalmente, el celebre Cristo in scruti de Mantegna (circa 1480, Museo Brera, Milán) puede ser considerado como el antepasado de esta visión casi anatómica del Cristo Muerto. El cadáver con las plantas de los pies vueltas hacia los espectadores y en una perspectiva de escorzo, se impone en Mantegna como una brutalidad que linda con lo obsceno.


Julia Kristeva



Tomado de la magnifica revista “LEER EN BICILETA”

Para leer : Julia Kristeva, Poderes de la perversión, editorial siglo XXI, México, 1989